Sobre... Martes, 18 de diciembre de 2018

19"30 h. Sala de la Palabra. Teatro Liceo.

Intervienen:
  D.ª Maria Jesús Mancho Duque, Presidenta del CES.
  D. Manuel Sendín Calabuig, Miembro Honorífico del CES.
  D. José María Martínez Frías, Miembro Honorífico del CES.
  D. Vicente Sierra Puparelli, Miembro Numerario y Tesorero del CES. 

Textos de las intervenciones:

En pdf:

De Manuel Sendín Calabuig p.pdf

En recuerdo de Álvarez Villar por V.S.Puparelli p.pdf




HOMENAJE AL PROF. ÁLVAREZ VILLAR, por D. Manuel Sendín Calabuig


Es un honor, al tiempo que una gran responsabilidad, participar en este homenaje

póstumo que el Centro, como institución, hace a mi querido maestro el profesor y

catedrático de la Universidad salmantina don Julián Álvarez Villar. Responsabilidad,

digo, porque dudo que mis palabras sean capaces de expresar y transmitir a

vosotros, -a ustedes-, los sentimientos de mi corazón hacia él, hacía su persona, a

su legado profesional y académico.

Conocí personalmente a don Julián hace cincuenta y tres años, en 1965, cuando,

en el instituto de enseñanza media Fray Luis de León de Salamanca, fue mi

profesor de Historia del Arte por primera vez. Después me impartiría clases en la

Universidad, en el primer año de “comunes” y en la especialidad de la Licenciatura

en Historia. Él me dirigió la memoria de licenciatura que se convertiría en Premio

“Villar y Macías”, y también él, don Julián, asumió la dirección de mi tesis doctoral,

que sobre el Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca se convertiría en libro editado

por la Universidad de Salamanca.

Respeto, admiración y gratitud. Respeto, no sólo por ser persona de mayor edad

que la mía, sino, y especialmente por ser mi profesor con mayúsculas y yo, como

la mayoría de los alumnos, siempre he guardado el respeto debido a todos mis

profesores. De ahí que, pese a la amistad que nos unía, el tratamiento hacia él fue

siempre de usted y anteponiendo el don a su nombre de pila cuantas veces me

dirigí a él. Admiración, por su capacidad de trabajo y de gestión, por su magisterio,

por su incansable dedicación al patrimonio histórico artístico, por su nobleza en el

trato. Y gratitud por haber sido él, don Julián, quien propició mi vida académica

futura.

Este Montañés, que no cántabro, natural de la villa de Limpias, persona afable,

cordial y buen comunicador recaló en esta ciudad de Salamanca, tras su paso por

Ponferrada y Pontevedra donde ya ejerció como catedrático de instituto. Ya en

Salamanca, fue trascendental su incorporación a la Universidad, como profesor

agregado de la misma primero y después como catedrático, porque supo dar

vitalidad a un departamento, el de Historia del Arte, que conoció, gracias a él, una

época de esplendor en la década de los 70 con un grupo de jóvenes profesores a


los que él supo motivar para que emprendiesen, para que emprendiésemos, el

camino de la docencia e investigación universitaria. Los ya fallecidos Jaime Pinilla

y José Ramón Nieto, el aquí presente y miembro del CES Antonio Casaseca,

Domingo Montero, Emilio Píriz y yo mismo. A todos nos dirigió tesinas y tesis, a

todos nos escribió el prólogo en la publicación de las mismas y a todos nos inculcó

una metodología de investigación que él mismo había probado con éxito en su tesis

doctoral y que básicamente consistía en una rigurosa descripción con análisis

pormenorizado de la obra artística, siempre avalada por las fuentes documentales.

Además, la aplicación de la heráldica al hecho histórico-artístico -principalmente a

los edificios- en la que el profesor Álvarez Villar fue pionero, resultó ser de gran

utilidad para la identificación y datación cronológica de gran número de obras

artísticas.

Las visitas organizadas por él en Salamanca ciudad a edificios emblemáticos, como

la catedral nueva, en este caso, con la colaboración inestimable del arquitecto

Fernando Pulín, -restaurador del patrimonio arquitectónico salmantino-, gracias al

cual pudimos acceder al trasdós de las bóvedas de la catedral nueva y otros

corredores y pasadizos ignotos para el común de los turistas, adelantándonos 40

años al “Ieronimus”. Como la Clerecía, en donde nos sirvió de guía el superior

provincial de los Jesuitas, con acceso a zonas y parajes que entonces pocos habían

tenido oportunidad de llegar, a zonas donde, por seguridad tampoco hoy pueden

acceder los turistas del programa “Scala Coeli”, como por ejemplo cruzar la

pasarela que une el cimborrio con las torres y, desde la fachada, asomarnos a la c/

de la Compañía para ver la Casa de la Conchas en vertical, de arriba hacia abajo,

con una perspectiva inusual. O como la visita hecha, en el edificio de las Escuelas

Mayores, a la bóveda de la antigua biblioteca, donde sorprendidos, pudimos ver la

huella de la decoración pictórica que hoy denominamos el Cielo de Salamanca. O,

también, la visita realizada a los restos del monasterio de Ntra. Sra. de la Victoria

en las instalaciones de la fábrica de Mirat, hoy incluido en el programa de visitas

“las llaves de la ciudad”, puesto en marcha en 2008.

Fueron en aquella época frecuentes también las excursiones de trabajo por la

provincia: a los conventos de la Casa baja del Maíllo y de Ntra. Sra. de Gracia en

San Martín del Castañar, a Ciudad Rodrigo, Ledesma y, sobre todo y muy

especialmente, a Miranda del Castañar, villa condal de la que quedó don Julián


embelesado, yo diría embrujado, quizá por los paisajes serranos y las abundantes

construcciones blasonadas que le recordarían sin duda su Montaña natal.

Recuerdo también la visita que hicimos, quienes entonces éramos profesores del

Departamento, al pueblo fantasma de Granadilla con su castillo, iglesia y muralla

tras cruzar en barca, una precaria barcaza cuadrada, las aguas del embalse que le

rodeaba totalmente en aquella época. Aquel mismo día, después, fuimos a ver el

palacete de recreo y los jardines renacentistas que los duques de Alba tuvieron en

Abadía con sus bellas esculturas de mármol de Carrara. También se realizaron

viajes departamentales a otras localidades de la región: San Baudelio de Berlanga,

a El Burgo de Osma, a Medina del Campo.

Precisamente de la región, tengo en mente de forma imborrable la visita en grupo,

organizada por don Julián, que hicimos, valiéndonos de dos coches particulares, a

la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga y su cueva aneja. En aquel

tiempo, un pastor de la cercana localidad de Caltojar situada a cuatro kilómetros,

hacía de guarda de la pequeña iglesia y era el encargado de abrirla y cerrarla a los

visitantes sin un estatus laboral apropiado. La intervención de don Julián a raíz de

nuestra visita, dirigiéndose a la Diputación de Soria por carta, permitió que esta

persona fuera contratada para dicho servicio de forma permanente.

Viajes de estudios con alumnos a San Pedro de la Nave, Quintanilla de las Viñas,

San Juan de Baños, a las impactantes ruinas del monasterio de Moreruela, a

Valladolid, a Palencia, León y Burgos.

En la introducción del libro sobre Extremadura, tras lamentar que los únicos datos

fiables de los que partía su estudio, encargado por la Fundación March para la Serie

Tierras de España, eran de 1924 / 1925...dice don Julián: “me impusieron un

ineludible recorrido de más de cuatro mil km. por ambas provincias en el verano de

1972 para la toma de contacto inicial previa a la redacción del texto...En esos viajes

se hizo la casi totalidad de las fotos guía para este libro, hábilmente realizadas por

el profesor Sendín Calabuig del Departamento de Arte de la Universidad de

Salamanca, que accedió a acompañarme renunciando a sus vacaciones”. Cómo

no iba a renunciar a mis vacaciones, si con esta amable solicitud de ayuda y

colaboración, veía cumplidos mis sueños de aprendiz de profesor y discípulo

ansioso de conocimientos. Fueron algo más de dos semanas inolvidables, en las


que a pesar del ritmo frenético con el que nos movíamos de una localidad a otra y

de la canícula del verano extremeño, todo se desenvolvió sin contratiempos,

gracias a la labor que él, don Julián, había venido realizando meses antes,

recopilando datos, enviando cartas a las autoridades eclesiásticas de monasterios

y cabildos catedralicios para que con los permisos correspondientes no se nos

pusieran trabas. Fue el trabajo de campo más extraordinario que he realizado, en

el que además de la interesante labor fotográfica, que lo fue y en demasía, aprendí

en vivo y en directo de todos los estilos y manifestaciones artísticas con los que día

tras día nos íbamos encontrando. Fue una experiencia trascendental, crucial para

mi vida profesional y académica posterior, y que además se desarrolló en un clima

de cordialidad y amistad encomiable e insuperable.

El departamento de Historia del Arte tenía, ya entonces, la mejor cámara fotográfica

de formato medio existente en el mercado profesional a nivel mundial: una

HASSELBLAD con su equipamiento completo adquirida para el departamento

gracias a las gestiones realizadas por don Julián. Su preocupación constante por

el departamento, hizo que éste creciera en recursos humanos y materiales, desde

lo aparentemente más trivial, como por ejemplo muebles especiales para el

archivado de diapositivas, hasta los traslados sucesivos, siempre para mejorar, de

un edificio a otro: primero Anaya, después su Hospedería, en tercer lugar, el aula

magna o general de las Escuelas menores -donde compartimos espacio con

Prehistoria- amparados por un artesonado extraordinario. Más tarde, ya con

algunos despachos individuales, en el edificio del Patio de Escuelas frente a la

fachada plateresca de las Escuelas Mayores, y, por último, desde 1990, estando yo

en Santander, en la actual Facultad de Geografía e Historia con sede en el antiguo

colegio de San Pelayo.

Por aquellos años de la década de los 70, con los consejos e indicaciones de don

Julián, realicé un primer viaje a Italia en compañía de mi hermano, que me sirvió de

referencia para un segundo viaje realizado un año más tarde con el mismo itinerario

y ya con alumnos de la primera promoción de licenciados en Historia del Arte por

Salamanca y algunos profesores del Departamento. Génova, Parma, Módena,

Bolonia, Pisa, Florencia, Urbino, Rávena, Padua, Venecia, Vicenza, Verona, Milán,

Turín. Ciudades y monumentos italianos de los que habíamos oído hablar una y

otra vez a don Julián, por haberlos visitado él unos años antes.


Mi marcha a Santander en octubre de 1978 para hacerme cargo del departamento

de Historia del Arte en la recién creada Facultad de Filosofía y Letras de la

universidad de Cantabria supuso una ruptura física con el Alma Mater salmantina,

aunque no con mi querido maestro el profesor Álvarez Villar, quien me aconsejó y

alentó en mi nueva tarea y con el que continué manteniendo una relación de

amistad a través del teléfono, del correo postal o en las frecuentes visitas que yo

realizaba a Salamanca desde Santander. Nos veíamos y charlábamos de las

incidencias académicas, de los nuevos libros escritos por él que veían la luz, de la

salud, de la familia, de recuerdos vividos, de política, en fin, de todo. Primero en su

despacho de la Facultad, después, cuando se jubiló definitivamente como

catedrático emérito, en la planta alta de la cafetería Berysa, apostados ambos junto

a un balcón con vistas a la Plaza Mayor, y años más tarde en la cafetería del Casino

donde no había necesidad de subir escaleras. Él, don Julián, que era salmantino

de adopción, nunca permitió que yo corriese con los gastos de la consumición en

esas veladas con el pretexto, medio en broma medio en serio, de considerarme ya

un foráneo, un montañés decía.

Su fallecimiento el 31 de marzo de 2018, hace ahora escasamente nueve meses,

nos deja sumidos en la tristeza, sólo parcialmente sobrellevada por la añoranza

hacia su persona y magisterio y, sobre todo, por su legado material de cerca de una

treintena de publicaciones entre libros, artículos, participación en catálogos de

exposiciones, etc. Y de los que el profesor Martínez Frías nos hará la glosa

correspondiente.

Nuestro compañero del CES Santiago Juanes, en una sentida semblanza sobre

don Julián publicada el día 4 de abril, dice entre otras cosas: “Nos enseñó a ver

más allá de los escudos y de las ventanas, a entrar en las casas por la puerta de la

historia y salir por los patios y jardines del arte; nos desveló parte del patrimonio

serrano y llevó por sitios históricos de la provincia, como nos asomó al arte y las

tradiciones universitarias. Compartió su conocimiento de nuestra ciudad y

provincia, y el Ayuntamiento de Salamanca le dio su medalla de oro...”

Descanse en paz el profesor Álvarez Villar, del que somos deudores sus discípulos,

su Universidad, la ciudad de Salamanca y los miembros de este Centro de Estudios

Salmantinos.

Manuel Sendín Calabuig


In memoriam: D. Julián Álvarez Villar

por Vicente Sierra Puparelli


Don Julián y yo nos conocimos hacia el año 1995. Nos había citado el director de La Gaceta para proponernos la edición de un libro sobre Salamanca, en fascículos coleccionables, que después se titularía "Salamanca monumental". Por supuesto, el autor era él,  yo simplemente haría las fotos. En aquellos tiempos estaba jubilado. Era una persona muy importante como historiador del arte. Recuerdo cómo le respetaban -casi con devoción-  los profesores de esa Facultad, la mayoría antiguos alumnos suyos, cuando los encontrábamos por la calle.

Para Julián hacer aquel libro era "pan comido"; ya había hecho varios de ese tipo, pero lo afrontó con mucha ilusión: debía ser riguroso, por supuesto pero,  a la vez,  el libro debía llegar al público en general, a la gente normal de la calle, puesto que los fascículos se regalarían los sábados junto con un ejemplar del periódico y, como decía él, era el primer libro suyo que tendría 20.000 lectores. Todo un best seller...

Los del periódico tenían prisa en sacar el libro;  al mes siguiente debía estar el primer fascículo en la calle. Era invierno, llovía, la luz era mala para la piedra dorada de Salamanca, las fotos no lucían como debía ser. Así que Julián se plantó, dijo que así no se podía publicar el libro y que habría  que esperar que hubiera buena luz. Recuerdo bien lo que le dijo al director de La Gaceta: "Un libro sobre Salamanca no puede ir con fotos que no lo merezcan. Es un lujo tener esta piedra dorada que no hay en ningún sitio y, si esperamos unos meses,  el  libro ganará calidad y lectores". Así fue, nos dieron el verano de plazo y el libro empezó a salir en Octubre, con buenas fotos.

Fue un éxito, desde la primera entrega. De hecho, hubo que ampliar sobre la marcha algún capítulo -el dedicado a la Universidad- .  Ello dio lugar a que La Gaceta continuase contratándonos para la serie de libros que siguieron. Cada uno dedicado a un monumento, la Casa de las Conchas, los Dominicos, la Clerecía, los Rincones Salmantinos, el Mecenazgo de Monterrey, etc. Aunque luego la serie siguió con otros autores, Nieto, Frías, Manuel Pérez, Lahoz, Azofra, Mariano, etc. con los que trabajé también muy a gusto.

Don Julián era meticuloso, exigente. Me hacía un listado de las fotos que quería y, a veces,  me indicaba la mejor hora para hacerlas: "Si vas a las cinco de la tarde tendrás luz rasante y se verán bien los muebles del escudo". En aquellos tiempos no existía la fotografía digital; eran diapositivas y las veíamos en sesiones "como el cine", a oscuras y con pantalla grande,  en su casa o en la mía. Yo le proyectaba varias fotos del tema a tratar y me decía: "La foto está muy bien, buena luz, buena nitidez, pero... no se ve el escudo de la derecha de la puerta, o el detalle de la izquierda..." Lo dicho, muy exigente: me tocaba repetir... ¡Ay! Los escudos, tenían que verse bien, con sol rasante, nada de luz plana…;  entendía de fotografía y él mismo tenía una importante colección de diapositivas.

En esas sesiones de, a veces, horas, me contaba cosas o respondía a mis preguntas sobre Arte o Historia, siempre con paciencia de buen maestro;  nunca me dijo: "¿Pero no sabes eso?", a pesar de mi ignorancia supina sobre estos temas. Por cierto, que alguien me dijo alguna vez que, como profesor, era a veces muy duro o exigente en extremo. Conmigo siempre fue amable y me trató con benevolencia paternal. Y siempre valoró mi trabajo de, en este caso, sencillo fotógrafo, hasta citarme de vez en cuando en sus textos, "ese escudo es de gran belleza y exquisita labra, como puede verse en la fotografía de Puparelli..." Por supuesto que le agradecí esa deferencia para conmigo, estando a su disposición a cualquier hora.

Con el tiempo y el trato nos hicimos buenos amigos. Yo conocía a su familia y él a la mía,  me contaba "batallitas",  como cuando fue a Italia con su coche y se lo robaron (o al menos la documentación, no recuerdo). Para colmo, los ladrones cometieron tropelías que luego le endosaron a él, por lo que le declararon persona non grata para entrar en Italia...;  quien lo  hubiera dicho, a un enamorado del Arte como él. La de veces que me contó lo del obispo Alfonso de Paradinas, de Ciudad Rodrigo, copista del Libro del Buen Amor y después destinado en Roma, fundador de la iglesia de Santiago de los Españoles, en Piazza Navona,  en cuya portada figura su escudo, y que pudo ser la primera obra del incipiente Renacimiento italiano (sí, curiosamente promovida por un español).

Era muy constante en sus investigaciones, como debe ser en ese oficio. Cuando  estaba escribiendo el libro sobre la Casa de las Conchas (el último, porque tiene varios),  estuvo mucho tiempo buscando en los archivos el testamento de Rodrigo Maldonado de Talavera, autor de la Casa, hasta que lo encontró donde nadie lo esperaba, entre los papeles de la Orden de Santiago. Recuerdo lo contento que se puso, como si hubiera descubierto algo muy importante;  después vendría la pequeña decepción, al estudiarlo y comprobar que el testamento apenas aportaba nada a lo ya conocido.

El libro de Salamanca desconocida le hizo disfrutar de sus conocimientos y de su veteranía. Esos lugares salmantinos desconocidos para el público, como la Sala de Manuscritos, los sótanos de la Catedral, la primitiva ubicación del Cielo de Salamanca, el Palacio de Monterrey... Para este último solicitó permiso oficialmente al entonces Duque de Alba, D. Jesús Aguirre; aún estoy viendo la respuesta afirmativa en aquel papel timbrado tan elegante. Nos enseñaron el Palacio  y nos dejaron allí solos un par de horas para tomar notas y fotografiar. Julián llenó su cuaderno y yo gasté todos mis carretes. Un día inolvidable, contemplando desde las ventanas de la pequeña torre la vista de la Clerecía y la Purísima. Un capítulo entero del libro está dedicado al Palacio. También estaba orgulloso de las pruebas de Carbono 14 que mandó hacer de los bancos del aula de Fray Luis de León de la Universidad, cuyo resultado es bien conocido, datan del siglo  XVI. Así como me enseñaba los planos de la Capilla de la Universidad en las sucesivas restauraciones, de cuando el viajero Jerónimo Münzer veía las pinturas del Cielo de Salamanca sobre la Biblioteca, etc. Estaba muy orgulloso de ese  libro, la "Salamanca desconocida", aunque todos sabemos que su especialidad fue la heráldica y sus aportaciones a la Historia del Arte mediante esa disciplina, como las posibles dataciones de la fachada de la Universidad.

Después  hizo otros libros conmigo de colaborador; libros muy bonitos, como aquel de Patios salmantinos, o Heráldica real y nacional  en Salamanca, que fueron libros de protocolo, que no se pusieron a la venta. Cuando enfermó, tenía otro preparado, con fotos ya colocadas y ordenadas, también sobre heráldica,  casi maquetado, pero ya no hubo ocasión de publicarlo. En su ordenador estará.

Y, hablando de ordenadores, enseguida se adaptó a los nuevos tiempos; entonces  me sorprendía con las cosas que sabía hacer, además de escribir y editar textos. Sus hijos vivían fuera, lejos, en todas partes del mundo, y hablaba con ellos por skype. Me contaba sus problemas de virus y troyanos, de la memoria Ram del ordenador y me preguntaba sobre cuántos megabytes tenían mis fotos, que luego no podía "moverlas". Era un fenómeno. En el libro Patios salmantinos,  algunos de esos patios los descubrió con el Google Maps. Decía: "He visto en internet un patio que puede ser interesante como arquitectura moderna, en la actual  Facultad de Derecho..." Y allí iba yo a fotografiarlo.

A  pesar de su "actualización" técnica, era un caballero en sentido clásico. Con las señoras, con los niños, con los de arriba, los de abajo y los de en medio; siempre correcto y digno; sin adular ni humillarse, para nada. Por cierto, los honores  no le gustaban en absoluto; decía que le daba vergüenza que hablasen bien de él. Una vez interrumpió al orador que le presentaba en una conferencia, cuando leía su currículum, con la disculpa de que se iba el tiempo y había que hablar de otras cosas más interesantes. Cuando le fue concedida la Medalla de Oro de la ciudad, junto a D. Manuel Fernández Álvarez (buen amigo suyo), me comentó que lo había pasado mal con tanta parafernalia, que no quería esas cosas mientras viviera. A tal punto que, en una ocasión, le propusieron dedicarle una calle en Ponferrada, donde había sido profesor, y les contestó que no, que en vida no le harían tal cosa.  Me lo contaba realmente molesto. No sé si en Salamanca hubo ocasión similar pero, de no haberlo sido, ya es tiempo de dedicarle aquí una calle; ahora no se enfadaría. Era muy discreto y quería pasar desapercibido pero, claro, no podía ser, porque todo el mundo le conocía, al menos por la zona universitaria. A veces, se desplazaba  por calles muy secundarias para evitarlo. Tal es así que aún su nombre no figura en la Wikipedia, ¿cómo es posible?... Discreto hasta para morir, se fue sin molestar a nadie, sin esquelas ni  velatorios. Las puertas de los Cielos  del Arte se abrieron para él pero, eso sí, sin ruido.

De Salamanca estaba enamorado, pero no visceralmente, sino técnicamente o artísticamente. A menudo, repetía que pocas ciudades del mundo podrían reunir en tan corto espacio tantos tipos de estilos artísticos, desde romano hasta contemporáneo. Que Salamanca era una ciudad especial para estudiar Historia del Arte, solo superada -en algunos aspectos-  por Florencia. Porque tenemos puente y murallas romanas, algo-poco- de arte árabe, románico, gótico, plateresco y renacentista, barroco, neoclásico, y muchos tipos de arte moderno. Y con piezas de mucha calidad; algunas punteras. Claro que  Roma tiene mucho más arte, pero no en un espacio paseable en una hora. Es decir, Julián estaba encantado de haber trabajado aquí  aunque para él ese trabajo era pura diversión: "He tenido la suerte de trabajar en lo que me gusta y además me pagan por ello", me decía a veces. Así que,  cuando se jubiló, siguió dando sus cursos de Máster en Bellas Artes (iba andando a esa lejana Facultad) o en la agrupación cultural Alfonso X el Sabio.

D. Julián era de esas personas que, al menos en mi caso, te marcan y son una referencia. De esas personas que cambias de acera para saludarle, que no olvidas su número de teléfono, que presumes  de haber conocido y  que, cuando surge su nombre en una conversación, dices con orgullo: "Yo le conocí, trabajé con él y fui su amigo".

Vicente Sierra Puparelli







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