ISBN 978-84-86820-30-5
Año 2010
Juan de Sagarbinaga fue bautizado el 16 de diciembre de 1710 en la anteiglesia de Axpe de Busturia, del concejo de Busturia, partido judicial de Guernica y señorío de Vizcaya, motivo por el que gozó de la condición de hidalgo, de la que informó con orgullo en el Catastro de Ensenada en 1751 y por la que solicitó en 1771 ante la Real Chancillería de Valladolid, en su nombre y en el de sus hijos Juan Marcelino y Manuel Felipe, su condición nobiliar, que les fue otorgada ese año.
Sagarbinaga se dedicó, según Llaguno y Ceán, a la arquitectura desde muy joven con un tío suyo inteligente en cortes de cantería y a los veintitrés años se trasladó a Madrid, donde intervino en las obras del nuevo Palacio Real y del conjunto de Aranjuez. La primera etapa de su vida profesional se sitúa principalmente en la provincia de Burgos, sobre todo en Castrojeriz, donde se avecindó y llevó a cabo, desde finales de 1745 y durante los ocho años, la radical transformación que, ideada en gran medida por él, experimentará la Colegiata de Nuestra Señora del Manzano con la financiación del legado de Juan de Mendoza.
En noviembre de 1754, tras haber reconocido el trabajo de Manuel de Larra Churriguera en la antesacristía de la Catedral Nueva de Salamanca, el Cabildo le nombró maestro mayor de las obras del templo si vivía en la ciudad y dirigía personalmente los trabajos de la antesacristía. Sagarbinaga aceptó y llegó en enero de 1755 a Salamanca, donde estuvo avecindado hasta su óbito. Durante los años de su maestría mayor, que se prolongó hasta febrero de 1767 (fecha en la que cesó debido, entre otros motivos, a sus discrepancias con el Cabildo por la solución que se debía tomar ante los graves problemas que presentaba la torre), Sagarbinaga hizo frente a varias intervenciones que le pusieron en contacto con arquitectos de gran crédito en el ámbito nacional (Sacchetti, Ventura Rodríguez, Moradillo, fray Antonio de San José Pontones, fray Antonio Manzanares, Baltasar Dreveton, Manuel Godoy) y en las que adoptará diferentes criterios arquitectónicos. Así, fue el responsable de la simbiosis que se produjo entre el gótico y el barroco en la conclusión de la antesacristía, a él se debe el aguamanil, y en realización a partir de sus trazas de la sacristía mayor, del triunfo del barroco clasicista en el cimborrio, a partir de un proyecto suyo revisado por Pontones, y de la utilización de una arquitectura más racionalista en los muros perimetrales de la capilla mayor. El Cabildo le volvió a requerir en 1790 para que dibujara una detallada planta de la Catedral Nueva dentro del proyecto para la realización del tabernáculo, finalmente no materializado, con el que se pretendía enriquecer el presbiterio.
En 1755 el consistorio salmantino le encargó que proyectara el arreglo del Puente Mayor y el del Zurguén, quedando ligado a los intentos y reparaciones que en esos puentes se harán más tarde. Igualmente recibió el encargo municipal de finalizar las obras de la Plaza Mayor, que se alargaron hasta 1771 y afectaron a las casas sitas en el ángulo noreste de la plaza. Además estuvo vinculado con las instituciones académicas, para las que hizo trabajos y encargos menores, otros de mayor envergadura –el desaparecido retablo de mármoles de la capilla del Colegio Mayor de Oviedo (1756-1758) y las reformas de las rectorales y estancias anejas del Colegio Mayor Fonseca y del Menor de Huérfanos en 1765-, uno de gran interés por el criterio de intervención utilizado (la sala de manuscritos de la biblioteca en las Escuelas Mayores en 1774) y algunas de sus intervenciones más destacadas en la ciudad de Salamanca: el anfiteatro anatómico (1776-1778), el desaparecido teatro físico (1777-1780) y la dirección entre 1760 y 1779 de las obras del Colegio Mayor de Anaya, según las trazas de José de Hermosilla, en el que se levantaron según los principios de los lenguajes del clasicismo sus espacios más notables (fachada principal, patio, escalera claustral).